VIEJAS Y NUEVAS DINÁMICAS DE EXCLUSIÓN EDUCATIVA de Juan M. Escudero Muñoz

 Para el autor de este artículo, el fracaso escolar es una de las problemáticas sociales que más grado de incidencia tiene en nuestro país. Se trata de un problema tan complejo, que su solución es realmente difícil de encontrar. Sin embargo, es imprescindible seguir estudiando las causas que lo provocan, la dinámica en la que se desarrolla y los componentes que lo integran. El mejor camino para combatir este fracaso hasta reducirlo, e incluso acabar con él, es contar con una comprensión tanto global como profunda de todos sus elementos.

La importancia del fracaso escolar radica en el peligro que entraña como forma de exclusión social. La educación es un bien tan básico en nuestra sociedad, que no contar con ella supone una privación que nadie debería experimentar. Además, tiene un componente estigmatizante, ya que se tiende a culpabilizar más a las víctimas del fracaso, como si fuese de manera intencional, en vez de indagar en las causas que lo desencadena.

Antes de profundizar en la materia, Escudero se plantea el significado de fracaso. Indudablemente implica un juicio negativo, pero el término es demasiado difuso y no responde adecuadamente a todo lo que implica. Puede incluir tanto problemas de aprendizaje, abandono, absentismo, repeticiones, como el hecho de no conseguir una mínima adquisición de competencias y el propio título de graduado. Expresa una definición desfavorable del alumno y no afecta apenas a otros elementos que entran en juego, como son las instituciones relacionadas. Además, no se suele tener en cuenta que el problema queda latente durante el resto de la vida de los niños, pues el fracaso no afectará únicamente a su etapa escolar, sino que lo irá arrastrando hacia el futuro, repercutiendo en lo personal, lo laboral y lo social.

Si de verdad se desea reducir esta problemática, hay que plantearse ciertas interrogantes: qué se considera que es fracaso, qué contenidos lo fomentan o suponen el éxito académico, quién lo evalúa, qué lo desencadena, quién actúa en su proceso y quién debe velar por remediarlo, qué actuaciones se deben tomar, qué políticas se deben seguir, si se trata de un hecho puntual o es el cúmulo de muchos factores, etc.

En la lucha por minimizar el fracaso escolar resulta fundamental empezar por seleccionar y acotar los contenidos, aprendizajes, criterios y procesos a seguir desde el inicio de la escolaridad hasta la finalización de la enseñanza obligatoria. De esta manera, la trayectoria del alumno se ve más clara y no se difumina con la excusa de falta de preparación. Esto tendría que comenzar planificándose más concienzudamente el currículo y determinando claramente las competencias, sin caer en el error de una saturación de objetivos, que difícilmente se alcanzarán.

Observando más detenidamente el problema, se comprueba que no surge de repente en un alumno, sino que es el fruto de una trayectoria negativa en la que, o bien no se ha sabido hacer nada para ayudarle, o se ha recurrido a medidas paliativas puntuales y reactivas, que no han sido lo suficientemente integradoras y efectivas, como para devolver al sistema educativo y a llevar a la consecución de una enseñanza plena. En muchas ocasiones, el detonante del fracaso se encuentra en el continuo desequilibrio entre la inclusión, en donde el niño se ve amparado por la sociedad, y la exclusión, donde vive una realidad de marginación y pérdida de bienes y posibilidades. Además, los estudiantes más inclinados al fracaso reconocen que tiene que ver con el hecho de que no reconocen la educación que reciben como cercana a ellos, los mecanismos que la regulan y lo que aprenden les es totalmente ajeno, desmotivándolos desde el principio. Este sentimiento es producto de un proceso demasiado estanco y rígido. Si los programas fuesen más flexibles y personalizados, la inserción sería mucho más fácil para los que más riesgo tienen de sufrir exclusión.

El autor aboga por un solución basada en la comprensión ecológica de todo el entramado que rodea el proceso formativo, en la recomposición de todo el orden escolar y la redefinión del papel del estudiante, tomando en consideración todas las variantes que ejercen influencia sobre él. Se deben buscar políticas bien planificadas y ambiciosas, más vertebradoras que extraordinarias, que corten de una vez por todas la acumulación de errores que conducen al fracaso escolar.